El Castillo es el edificio más antiguo, importante y emblemático de
Riba-roja desde el punto de vista de su origen y evolución histórica.
Está declarado Bien de Interés Cultural, inscrito en el Registro General
del Patrimonio Histórico Español con la Categoría de Monumento. El
Castillo es una construcción de gran volumen, formada por la
yuxtaposición sucesiva de diferentes cuerpos edificados procedentes de
épocas distintas y que han sufrido procesos muy importantes de
transformación y sustitución, lo que confiere una gran diversidad y
complejidad al edificio.
La presencia y evolución del edificio se explican por su situación en un
lugar estratégico de control del río Turia en el punto en que el
Barranco de los Moros desemboca en el río y donde se construyó el puente
histórico que permitía atravesarlo, uniendo las poblaciones y las rutas
situadas en las dos riberas. El territorio inmediato ha tenido un alto
valor agrícola, tanto en los cultivos de huerta regados por el agua del
río como en las amplias zonas de secano en las que la viña desempeñó un
papel primordial.
En el entorno del edificio se situaban los elementos más señalados de la población original, con los restos amurallados originados en la época romana, la cisterna, el molino, el convento y el lavadero. En otras épocas se encontraban asimismo la puerta de acceso a la población, la mezquita y una iglesia, constituyendo un importante conjunto dotacional de alto valor cultural.
Los restos encontrados muestran la presencia de una importante
fortificación de época islámica, de la que se conservan diversos muros y
torreones con fábricas de tapial de gran espesor, construidos entre los
siglos IX al XII. Tras la conquista cristiana por Jaume I en 1238 el
edificio se transformó en residencia de los señores de la Villa y
Baronía hasta la desaparición de los señoríos en el siglo XIX. Entre las
familias que ostentaron el señorío se encuentran los Fernández de
Azagra, Riusech y Moraida o Ruíz de Lihori, siendo sus últimos señores
los condes de Revillagigedo, familia que ostentó su posesión desde 1746
hasta 1897.
En la época medieval el edificio sufrió una gran transformación durante los siglos XIV y XV, a fin de adaptarlo a su nueva función de palacio señorial con un nuevo programa con un triple contenido: residencial, económico y representativo. Sobre la base de los muros defensivos construidos en la época islámica se añadió un nuevo cuerpo edificado que abría, mediante dos ventanas geminadas sobre la nueva plaza formada frente a la actual cisterna, es donde construyó una gran sala con arcos de sillería y se añadieron silos, lagares y bodegas en el patio exterior del edificio.
A partir del siglo XVII se inició un periodo de decadencia
económica tras la expulsión de la población morisca que constituía la
base del trabajo agrícola en la zona. En el Castillo este proceso se
tradujo en la demolición de la gran sala gótica y su sustitución en el
siglo XVIII por un nuevo cuerpo construido con muros de mampostería en
el que el antiguo espacio se subdividió en dos plantas diferentes
destinadas a vivienda, así como en la construcción de nuevas
instalaciones vinculadas a la producción vinícola. La actual fachada
recayente al patio es el resultado de esta transformación.
Durante el siglo XX el uso del edificio fue decayendo,
convirtiéndose en establo y almacén agrícola y entrando en un estado de
abandono y degradación generalizada que culminó con el derribo de las
cubiertas, forjados y de una parte importante de las fachadas recayentes
al patio.
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