El Castillo se encuentra situado sobre una gran roca, bajo la cual
confluían los ríos Duero y Valderaduey, creando éstos una vega agrícola
magnífica que abastecía a este entorno con una gran variedad de
productos. Esta roca natural de piedra arenisca se convertiría en la
cantera que iba a proporcionar la piedra necesaria para la construcción
de la fortaleza y además, las labores de extracción de la piedra,
originaron el primer elemento defensivo, el foso.
El Castillo vivió una época de gran esplendor en la Edad Media,
sufriendo una importante transformación en el siglo XVIII para
convertirlo en un fortín artillero y adaptarlo así, a los nuevos métodos
de ataque y defensa de las ciudades, la artillería.
Es en el siglo XVIII cuando la liza interna de la fortaleza se
rellena de tierra para proteger los gruesos muros, que en la Edad Media
habían protegido a sus ocupantes de piedras y saetas pero vulnerables
ahora ante los nuevos cañones.
Este relleno en la liza va a generar una plataforma por la que subir
la artillería al nuevo cuerpo de fusileras, pero también deja oculto el
adarve o paseo de ronda primitivo y las escaleras que conducían a él,
todo ello recuperado tras las obras llevadas a cabo. Desde los años 30,
la fortaleza había sido invadida por los jardines que la rodeaban,
originando éstos una serie de empujes sobre la barbacana, además de
importantes derrumbamientos en la pared del contrafoso.
Con las obras de recuperación realizadas en los últimos años y dirigidas por el arquitecto zamorano Francisco Somoza, el Castillo ha recuperado parte de su esplendor pasado creando una atmósfera única que evoca tiempos lejanos. A través de las pasarelas de granito se accede a toda la fortaleza y desde la Torre del Homenaje se disfruta de una de las mejores vistas de la Catedral y de la ciudad de Zamora.
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