domingo, 19 de febrero de 2017

CASTILLO DE MONTEARAGÓN - QUICENA - HUESCA


 Desde sus inicios, el Monasterio de Montearagón estuvo íntimamente ligado a la historia de la monarquía aragonesa y de la expansión territorial del naciente reino. Fundado por Sancho Ramírez como atalaya desde donde emprender la toma de Huesca hacía el año 1089, la fortaleza fue transformada con posterioridad en monacato, que ocuparon canónigos regulares de San Agustín provenientes de Loarre. Además, en Montearagón fueron enterrados varios miembros de la casa real aragonesa, entre otros Alfonso I el Batallador, o el infante Don Fernando, hijo de Alfonso II, el cuarto de sus abades.


 De la primera fase constructiva el castillo conserva su perímetro amurallado, que refuerzan torres cuadradas y poligonales. Los muros de la Iglesia y de la torre del Homenaje, posteriormente convertida en campanario, corresponden también a este periodo. Tras un incendio devastador hacia 1477, Montearagón vivió un cierto esplendor artístico a comienzos  del siglo XVI cuando portaba su mitra Don Alonso de Aragón (1470-1520) arzobispo de Zaragoza, quien encargó a Gil Morlanes el magnífico retablo mayor que hoy se conserva en Huesca.


Durante la Desamortización fue nacionalizado y puesto en venta en virtud de las reales órdenes de 1836. Fue adjudicado en pública subasta en 1843 al oscense Jaime Agustí, quien comenzó inmediatamente a desmantelar el edificio para vender ladrillos, tejas y vigas como material de construcción. Cuando en enero de 1843 los materiales estaban listos para ser enviados  a Huesca, un incendio devoró lo que quedaba del edificio, convirtiéndolo en ruinas. Pocos meses después de estos hechos, pasaron por la ciudad Quadrado y  Parcerisa a quienes se debe una exaltada descripción del incendio acompañada de una ilustración cargada de gusto romántico.


 Carderera fue otro testigo directo de la gloria y de la devastación de este monumento. En septiembre de 1834, de camino hacia Huesca desde el Somontano de Barbastro, se detuvo en el monasterio y fue obsequiado por su abad. Solo cuatro años después, el 16 de enero de 1841, lo visita de nuevo en compañía de Bartolomé Martínez, cuando ya había sido expulsada la comunidad. Entonces realizó dos dibujos del conjunto, que con toda probabilidad corresponden a los conservados en la Fundación Lázaro Galdeano y que muestran la abadía antes de su ruina. En esta misma ocasión Carderera dibujó también los sarcófagos románticos del Batallador y de una infanta aragonesa, que años más tarde publicó en su Iconografía Española.

 
Destruidos ambos sepulcros, los restos de Alfonso I y de a Infanta, junto con los del abad don Fernando fueron trasladados a Huesca por iniciativa  del Liceo Artístico y Literario, para ser depositados en la capilla de San Bartolomé de San Pedro el Viejo en 1845.
Cuando, durante su viaje de 1855 por tierras aragonesas, quince años después, Carderera regresó a Montearagón, lo encontró arruinado. No debió sorprenderle, pues como vocal de la Comisión Central de Monumentos de Madrid, había sido informado de los hechos y, además, había alentado las gestiones realizadas por la Comisión  Provincial de Monumentos de Huesca para salvar sus restos.


Así, en 1847, la Comisión Central pidió al Ministerio de Fomento que el monumento volviera a su ser de titularidad pública para acabar  con sus estado de abandono. Los propietarios, que con el incendio de los materiales habían visto frustradas sus intenciones de sacar beneficio de la compra del monasterio, todavía adeudaban una parte del importe al Ministerio de Hacienda y pretendían ceder las ruinas a cambio de la condonación de la deuda. A fines de 1858, la Comisión  Provincial propuso al propietario que lo vendiera por 3000 reales, que era la cantidad que abonó en el momento de la compra. Finalmente en 1859, tras largas gestiones de dicha Comisión, los propietarios cedieron el edificio a la Corona.


 El acto de toma de posesión, en nombre de la reina, fue celebrado el 2 de julio de 1859 con un desfile militar presidido por el oficial de intendencia de la Real Casa y al que acudieron las primeras autoridades civiles, militares y eclesiásticas  de la ciudad. Como recordatorio de esta ceremonia, León Abadías pintó un cuadro que hoy se conserva en el Museo de Huesca y que Carderera tuvo la ocasión de contemplar en el estudio del artista durante su visita a la ciudad de 1862.


 Entre 1859 y 1962 el arquitecto Mariano Royo dirigió las obras de restauración con cargo al Real Patrimonio: Se reconstruyó la bóveda y tejado de la Iglesia, y también se edificó la casa del guarda y del capellán. En 1862 se recolocó el retablo mayor en su emplazamiento original pues había sido trasladado a Huesca en 1847. Sin embargo, en 1863 se derrumbó la bóveda de la Iglesia. Según el dictamen del maestros de obras el hundimiento fue causado por la negligencia del contratista, quien uso materiales de mala calidad y obró de mala fe. A Hilarión Rubio, maestro de obras municipal, se le encargó entonces la reconstrucción de la bóveda que comenzó en junio de 1864 y terminó en agosto del año siguiente.


En 1868, tras la Gloriosa, se inició una época de desinterés y abandono. En 1892, se intentó darle nuevo uso, al ser cedido a la Diputación Provincial de Huesca para levantar un sanatorio mental, pero este proyecto pronto fue desechado. En 1893 el retablo mayor fue trasladado por segunda vez a Huesca e instalado en la recién construida parroquia de la catedral. La ruina continuó su progreso a lo largo del siglo XX, quedando mimetizado el monumento con el paisaje que lo rodea y convertido en una de las imágenes reconocibles de la ciudad de Huesca.




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