El castillo de Aledo aún circunda y caracteriza la villa del mismo
nombre, conservándose gracias a recientes y sistemáticas restauraciones
en un relativamente buen estado de conservación en algunas zonas. Así el
núcleo fortificado se sitúa en una zona intermedia de los macizos
montañosos de Sierra Espuña, en sus estribaciones meridionales, y la
sierra de La Tercia. Aledo está enclavado en un espigón rocoso que
domina extensos campos, y que se convierte en un hito clave en el
control de las vías de comunicación que conectan el litoral del sureste
peninsular con la meseta central. El punto elegido para colocar
semejante atalaya fue la cumbre amesetada de un cerro con forma alargada
y escarpadas laderas. Esta elevación está delimitada por los barrancos
de Borrazán a poniente, La Fontanilla a levante, y la rambla de los
Molinos (a mediodía)
La fortaleza de Aledo se sitúa en un impresionante espigón rocoso desde
donde se controlan las vías de comunicación que enlazan la Meseta
Central con la cuenca del Segura. Enclavado en un inexpugnable lugar,
bien abastecido de agua a través de un sistema integrado en la
fortificación, tiene sus orígenes en la Alta Edad Media. Fue en esta
época cuando los musulmanes andalusíes dieron forma a la espectacular
fortificación, dotándola de murallas que circundaban a la población y
una sólida alcazaba. Pero el nombre de Aledo sonaría en todo el mundo
conocido cuando, en 1086, el noble castellano García Giménez, al mando
de sus tropas, tomaba la villa y, haciéndose fuerte en ella, hostigó
audazmente amplios territorios que se extendieron a villas y campos
granadinos, jienenses y alicantinos durante seis años, poniendo en jaque
a los invasores almorávides.
Con la incorporación del reino de Murcia a la corona de Castilla, el
lugar pasó a convertirse en cabeza de encomienda de la Orden de
Santiago. Y fue entonces cuando se construyó la gran Torre del Homenaje
que caracteriza a Aledo
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