Vilalpando era, según algunos autores, la antigua ciudad romana de
Intercacia, los árabes la llamaron Alpando, y en la actualidad se la
conoce por el topónimo de Villalpando.
Alfonso VII la despoblo, pero fue repoblada por Fernando II en 1170,
debiendo adquirir por aquel entonces un gran desarrollo, como atestigua
la existencia de cinco iglesias. En 1179 fue dotada de fuero en el que
se incluían privilegios y exenciones destinadas a fomentar la población.
Su distribución urbana constaba del recinto amurallado doble y los
arrabales.
Esta villa perteneció a la Orden de los Templarios, teniendo el recinto murado como núcleo El castillo de piedra
fortaleza de los Templarios hasta la supresión de la Orden. En 1312 la
villa pasó a manos de la Corona, hasta pocos años después, cuando en
1341 Alfonso XI otorgó a Juan Alfonso de Benavides los lugares, vasallos
y heredades de la Orden del Temple en estos lugares.
Fue una de las numerosas villas que sirvieron a Enrique de Trastamara
para premiar y recompensar a sus vasallos en su lucha por el trono de
Castilla. Buen ejemplo de esto fue que concluida la guerra civil contra
su hermano Pedro I el Cruel, Enrique II donó la villa al francés Arnao
de Solier, el 12 de noviembre de 1369, en pago de los servicios
prestados en la mencionada contienda. Años después debido al matrimonio
de su hija, María Solier con Juan de Velasco, perteneciente a la familia
de los Condestables de Castilla, la villa pasó a estar incorporada al
Señorío de los Velasco.
Tuvo una aljama judía, parece que los judíos llegaron a estas tierras
a principios del siglo VII. La judería se asentaba fuera de la cerca de
la villa, llegando a contar con más de doscientos vecinos y se
consideraba como una de las más florecientes de Castilla y León.
El primitivo castillo de los Velasco, palacio de los Condestables de
Castilla, data del siglo XII. Los dos primeros Condestables de la casa
de Velasco habitaron el antiguo palacio gótico. En el siglo XV fue
incendiado por los Comuneros, y sobre sus ruinas el Condestable don
Iñigo I levantó otro palacio. En el siglo XVI fue reformado.
Sus
muros estaban rodeados por un foso de sesenta pies de anchura y cuarenta
de profundidad. Se detibuía en tres pisos y los subterráneos.
Actualmente solo quedan restos de dos muros exteriores.
Sus muros estaban construidos en parte de piedra sillería, y en parte de tierra y canto rodado.
Se encuentra en estado de ruina. Sólo quedan algunos vestigios.
Es de propiedad particular, y alberga un depósito de agua.
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