La fortificación se encuentra enclavada en un cerro elevado de la
Sierra del Oro que domina el centro de la actual población de Blanca, la
cual se extiende sobre la ladera sur-sureste de la cumbre acastillada.
El lugar donde se sitúa permite el control de buena parte de la vega
alta del río Segura y el valle de Ricote, así como las vías de
comunicación con las tierras de Jumilla.
Los orígenes de la fortificación de Blanca se pueden remontar a época
islámica, probablemente en torno al siglo XII, cuando se produce un
proceso de fortificación generalizada de diversos puntos estratégicos
alrededor de zonas con gran presión poblacional. En este caso, los
productivos campos del valle de Ricote. Durante época cristiana, el
castillo se convirtió en el símbolo del poder señorial de la Orden de
Santiago, en cuyos territorios quedó enclavada la población en la
redistribución administrativa que se produce a finales del siglo XIII en
el reino de Murcia.
Los restos más destacados del conjunto fortificado están formados por
tres torreones unidos por dos cortinas donde el cubo de en medio es de
menores dimensiones que sus flanqueantes. Este sistema cerraba el
recinto por uno de sus lados, y alberga en su interior un posible aljibe
excavado en la roca. A partir de estas estructuras se pueden apreciar
los arranques de una muralla apenas conservada, que confiere una planta
irregularmente rectangular cuyos lados más largos se extendían en
sentido noreste suroeste.
Los restos conservados, y perfectamente visibles en estos tres
torreones, fueron levantados con tapiales. También son aún visibles los
mechinales que alojaron los tablones que formaron los módulos de la
construcción del muro, que tiene un espesor aproximado de 90 cm. Según
Alonso Navarro, las torres pudieron alcanzar los doce metros de altura, y
presentan señales de haber tenido dos cuerpos y la terraza almenada.
Igualmente presentan ciertos vanos en su parte superior que una vez
quizá fueron saeteras.
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