Las torres son otro gran ejemplo de fortificación tardogótica, que nos permite entender lo que fueron las defensas de la ciudad. Fruto de obras emprendidas en 1444 por Pedro Bofill, son dos grandes torres semicilíndricas de base alamborada, que encuadran la entrada. Son menos decorativas que la de los Serranos, pero más altas y fuertes, pese a estar hechas de mampostería, salvo los ángulos y cuerpos superiores que son de sillería. Las dos torres están rematadas por un cinturón de matacanes, independientes del que existe en el cuerpo sobre la puerta, que tiene una zona con almenas a superior altura, otra disposición distinta de la existente en las Torres de Serranos.
La entrada es un arco de sillares de gran dovelaje. En la parte trasera de las torres está la subida al recinto interior de las mismas, situada su puerta a gran altura y rematada por un alfiz. En su lateral está la puerta que daba a los adarves.
Su último papel militar lo cumplieron en la Guerra de la Independencia, cuando el general Mancey disparó gran número de cañonazos contra ellas sin logran derribarlas. Las huellas de cuyos impactos se mantienen todavía.
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